Nùbia / Nerio Tello

8:35

Ella intervino o el azar. El chofer del bus me reclamaba algo que yo no entendía; mientras, yo trataba de pedirle que me avisara dónde debía bajar. Ella intervino. O el azar. Me tocó el brazo, y se dirigió al chofer. Parecía enojado como si yo hubiera sacado un boleto equivocado, y era cierto. Me senté sin entender todavía lo que me decía el chofer. Y ella sonrió. Y entonces su risa de agua, dominó las pasiones, apaciguó el calor y me fue envolviendo en un sopor mágico. El chofer me quería decir que había sacado un boleto de mayor valor, que había pagado de más… ¡monedas! … Me reí de mi ignorancia del idioma y de haber creído que el chofer me acusaba de lo contrario. Ella se rió conmigo, nos reímos. 

El bus comenzó a andar en medio de las primeras sombras hacia Porto do Sauipe (se dice Sauipi, casi sin la i final, eso lo aprendí). Ella iba a Sauipe también. Y sonreía, y su boca, grande y precisa, de labios perfectos, no se hacían responsables de la alegría, de cierto sortilegio, del sopor mágico. Cruzamos comentarios de circunstancias, de dónde sos, a dónde vas, qué haces… cómo te llamas. “Nùbia” dijo. Y agregó: “No me gusta mi nombre”, o quizás lo dijo antes de decir “Nùbia”. Yo le iba a decir que a casi nadie le gusta su nombre pero con el tiempo lo tenemos tan pegado a nosotros que no nos imaginamos que nos llamen por otro, ni siquiera por el segundo nombre. Pero no le dije nada, porque era muy difícil traducirlo al portugués.

Suena a Nube le dije. Ella decía “Nuuuvvvia”, con ve corta, con una vvv que se alargaba… se estiraba como el lomo de un gato, como dientes de helecho. Y a mí me carraspeaba el alma. La forma de hablar de un extranjero, sobre todo si es una, sobre todo si es joven y sobre todo si tiene esa boca que viene con sonrisa, es devastadoramente seductora. Nubia repetí para no olvidarme. Entonces ella sacó un lápiz de ojos, o algo así, y sobre su palma escribió “Nùbia” y vi el acento grave sobre la u, y vi sus manos de dedos largos y finos, de nudillos invisibles, de uñas iluminadas sobre sus piel clara. Y ella sonrió y se recogió el pelo, que ahora vi, largo, largo… tan fino que resbalaba de su oreja y se ondulaba blandamente sobre su rostro de águila, de cabra nubia, de pantera blanda. Asocié su nombre a un reino antiguo, y ella me dijo “significa oro”, y empecé a entender, o no.  

Nubia era un generoso territorio que se explayaba desde el sur de Egipto hasta el norte de Sudán. Era el país del oro, al que nombraban como Nebu. No le dije eso, porque en ese momento no lo sabía. Sabía sí que ese nombre me resonaba y que nombrando a quien nombraba adquiría un significado casi prodigioso.

Y sonreí al ver su nombre escrito en su mano y le escribí el mío en la palma de la otra mano. Para escribir mi nombre tomé su mano izquierda. Y deslicé el lápiz blando sobre las huellas de su palma. Y miré sus dedos y le iba a decir una vulgaridad, como tenés manos de pianista, pero a veces se me ocurren cosas. Improvisé: tein mano da bailarina… y sus ojos que encendieron la noche que corría detrás del vidrio, me descubrieron el asombro. Se recogió el pelo indócil, y dejó ver la llanura de su frente y sus ojos se achinaron como espiando; volvió a sonreír como sonríen las bailarinas nubias y respondió: Soy bailarina. Y yo enmudecí. Por un momento puede haber pensado que yo tenía algún don, y no hablé para no perder ese don. Yo preguntaba y ella respondía, y cuando me preguntaba algo, respondía breve y volvía preguntar. Era mineira, o sea, de Minas Gerais, pero vivía en Salvador de Bahía. Estudiaba algo relacionado con lo agrícola, pero amaba bailar. Odiaba el carnaval y la carne vacuna, o sea, todas las carnes. Lo del carnaval lo entendí. Era delgada y fresca. Delgada con cuerpo de mujer, y largas piernas nubias de bailarina nubia que trataba de acomodar en la estrechéz del bus, brasileño.

El viaje, que se presentaba tedioso, duró apenas dos respiraciones. La noche enturbió todo lo que antes era verde, y rojo, y mar, y arena; y en el fondo, los foquitos lavados de una calle anónima anunciaban el fin de la vida; o sea, que Sauipe estaba cerca; demasiado cerca para hacer feliz a alguien. Entonces le pedí que escribiera su nombre en la palma de mi mano izquierda.

Así bajé, con mi mochila y ella, o su nombre, o el azar, o algo que me quedaba de ella, apretados en la mano izquierda. Y el bus, y Nùbia, se borronearon en la noche que ahora era de nuevo calor y bichos, ruidos de mar y bichos, y más calor. Y el bus del chofer justiciero, y el bus de la muchacha nubia que se llamaba Nùbia, y el bus de la sonrisa nubia y de la boca nubia, se disolvió en una negrura tersa. Abrí mi mano izquierda y estaba limpia, sin rastros de los rastros. Sin señal de la ruta del oro que uno busca en los mapas de la imaginación.   Nerio Tello

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